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Vittorio Grigolo en el Teatro Colón: la decepción del tenor y la heroica tarea de Pidò y la Orquesta

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Desde el anuncio del programa llamó la atención lo exiguo del menú abordado por el cantante Vittorio Grigolo: siete arias breves, de las más conocidas del repertorio y sin ninguna sorpresa.

Como es lo habitual, la orquesta ofrecería una degustación de oberturas, intermezzi e interludios que, tanto por la calidad con la que fueron servidas como por el gusto a poco que dejaron las intervenciones del cantante, se convirtieron finalmente en el plato fuerte, gracias a la presencia de un artista de la talla de Evelino Pidò y de la excelencia con la que se desempeñó a sus órdenes la Orquesta Estable del Teatro Colón.

El saludo de Vittorio Grigolo en el concierto. Foto Arnaldo Colombaroli/Teatro Colón.

El saludo de Vittorio Grigolo en el concierto. Foto Arnaldo Colombaroli/Teatro Colón.

Lo primero de la noche

Después de una ejecución vibrante, inspirada e incisiva de la obertura de Les vêpres siciliennes (Verdi) llegó el tenor para entregar uno de sus caballitos de batalla: La donna è mobile (Rigoletto, nuevamente de Verdi).

Desde ese momento (el momento de la verdad, en el que el Colón y su acústica tienen la última palabra frente a lo que las grabaciones hayan podido decir) varias cosas quedaron en claro. Una fue que Grigolo tiene una voz privilegiada, de gran porte, óptima proyección y hermoso timbre, además de una presencia innegablemente carismática.

Pero también fue evidente desde el principio una tendencia a invertir más fuerza y tensión de las necesarias, a gesticular permanentemente más allá de lo deseable, y a empujar el sonido al punto de “crecer” en afinación.

Más adelante, al abordar Una furtiva lagrima (Elisir d’amore de Donizetti) y Che gélida manina (La bohème, Puccini), Grigolo evidenció un problema todavía mayor: una necesidad imperiosa e inexplicable de incurrir en caprichosas variaciones del tempo natural, que cortan el discurso musical y que agotan el oído y la sensibilidad del espectador.

Solo un director con la genialidad, el conocimiento y la experiencia de Evelino Pidò podría haber seguido al milímetro este insólito rubato y evitar que el naufragio se contagiara a toda la orquesta.

Tal vez el mejor momento de Grigolo haya sido el final de la primera parte, con Di quella pira (Trovatore de Verdi), sin mucho margen para este tipo de gestos extemporáneos.

La batuta de Toscanini

Antes de esa aria, el romance de Pidò con la Orquesta Estable tuvo su punto más alto cuando Diego Tejedor, integrante del organismo, tomó el micrófono para anunciar que, en virtud del cariño y el respeto que profesan al director italiano (con quien trabajaron en Traviata y Elisir en temporadas anteriores), él y sus colegas habían decidido prestarle la batuta que usara Arturo Toscanini en esa misma sala y que fuera legada a la Orquesta a través de la viuda de su legendario concertino Carlos Pessina.

Vittorio Grigolo en el Teatro Colón. Foto Arnaldo Colombaroli.

Vittorio Grigolo en el Teatro Colón. Foto Arnaldo Colombaroli.
Emocionado hasta lo indecible, Pidò tomó a “la bella durmiente” (como llama la Estable a ese objeto mágico) para dirigir una versión profunda, concentrada e inolvidable del intermezzo de Cavalleria rusticana.

No es posible imaginar a un director actual más digno que él de ese privilegio: Pidò lleva y honra todo el peso de la tradición, pero al mismo tiempo cuenta con una mirada filológica que le permite hacer que piezas tan escuchadas como la obertura del Barbiere di Siviglia (Rossini) salgan de lo rutinario y cobren, como en esta oportunidad, una nueva vida.

La segunda parte

Salvo por la obertura de Norma, la segunda parte estuvo íntegramente dedicada al repertorio francés. Tampoco en este territorio tan sutil y transparente tuvo fortuna Grigolo, y esto solo puede atribuirse su propia dificultad para manejar técnica y artísticamente sus nobles recursos.

Nuevamente quedó en la Orquesta y su director invitado el placer de la música bien hecha, como sucedió en el fragmento orquestal que precede el tercer acto de Carmen.

Cabe destacar, a lo largo de la noche, los bellísimos solos de Jorge de la Vega, Daniel Kovacich, Rubén Albornoz, Paula Llan de Rosos y Diego Armengol (maderas), Stanimir Torodov (cello), Adrián Felizia (viola), Rodolfo Roson (corno) y Mélissa Kenny (arpa).

Fuera de programa, Grigolo respondió a las ovaciones de los espectadores más exaltados (no se trató de un gesto unánime sino que las opiniones de la sala estaban a esa altura completamente divididas) con tres fragmentos: En fermant les yeux (Manon de Massenet), un desbocado Vesti la giubba (Pagliacci de Leoncavallo) y en medio de ellos el brindis de La traviata con la participación acertada y sobria de la soprano local Laura Pisani.

A su lado, Grigolo siguió gesticulando y desluciéndose, intérprete de un papel que él mismo se ha inventado e impuesto, y que hizo que todos los personajes que abordó (el campesino Nemorino, el Duque de Mantua, el caballero Des Grieux, el militar Don José, el poeta Werther) fueran tan parecidos entre sí como diferentes de sus originales.

Ficha

Vittorio Grigolo, tenor

Orquesta Estable del Teatro Colón

Director invitado: Evelino Pidò

Ciclo Grandes Intérpretes. Lunes 29 de mayo

Calificación: bueno

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