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Pablo Pérez, el mediocampista de la amarilla ‘fácil’ al que le hicieron un videojuego y desafía al tiempo con otra renovación en Newell’s

Buena parte del universo futbolero argentino asociará siempre su nombre a las patadas, las discusiones, los enojos y las tarjetas. Sin embargo, la carrera de Pablo Pérez, que en estas horas se extendió -al menos- hasta diciembre próximo tras la renovación de su contrato, merece un repaso algo más exhaustivo y menos sesgado. Quizás entonces quede en evidencia para el gran público que el mediocampista fue y sigue siendo un futbolista de categoría (más allá de las limitaciones que hoy le impone su físico), que construyó un vínculo indestructible con la hinchada de Newell’s y que fue multicampeón con Boca.

Después de los retiros de Maximiliano Rodríguez e Ignacio Scocco en diciembre del año pasado, Pérez es el último de los tres mosqueteros que integraron el último equipo campeón de Newell’s: el que comandaba Gerardo Martino y ganó el Torneo Final 2013. Con 37 años, ya no tiene la dinámica de entonces, las lesiones lo persiguen y no está en condiciones de jugar 90 minutos (no completó ninguno de los 23 encuentros que disputó este año), pero sigue siendo el jugador más criterioso del plantel que asumió Gabriel Heinze y un referente para sus compañeros.

Esa última condición se explica por un largo recorrido con la casaca rojinegra que comenzó en las divisiones formativas y tuvo su primer hito en la Primera el 2 de diciembre de 2006, cuando debutó en un empate 2 a 2 con Godoy Cruz por la penúltima fecha del Torneo Apertura de ese año. Ese día, Nery Pumpido lo incluyó como titular en un equipo que llevaba 10 presentaciones sin victorias y marchaba penúltimo en la tabla.

En ese primer ciclo, le costó afianzarse y encontrar continuidad. Por ello partió a Ecuador para jugar en Emelec en 2009, pero tampoco allí se asentó. Optó entonces por dar un paso atrás: fue cedido en 2010 a Unión, que militaba en la Primera B Nacional. Fue figura del conjunto que dirigía Frank Darío Kudelka, que fue subcampeón de ese certamen y logró el ascenso.

Pablo Pérez y Maximiliano Rodríguez fueron campeones del Torneo Final 2013 con Newell’s. (Foto: Gustavo Ortiz)

Con ese espaldarazo y con más horas de vuelo volvió al club que ve como su casa. Se ganó un lugar como titular durante la breve gestión de Javier Torrente, lo conservó con Diego Cagna y adquirió un rol protagónico en el equipo de Martino que no solo fue campeón doméstico, sino que también llegó hasta las semifinales de la Copa Libertadores 2013 (cayó por penales contra Atlético Mineiro, a la postre campeón).

Entonces eligió partir nuevamente, como lo había hecho unos años antes a Ecuador. Esta vez lo hizo con rumbo a España para jugar en Málaga. En esos días, también lo había estado buscando el Philadelphia Union de la Major League Soccer estadounidense. Más allá del progreso económico que le permitió esa trasferencia, el balance deportivo distó de ser óptimo porque ni el alemán Bernd Schuster ni Javi Gracia, su sucesor, lo tuvieron demasiado en cuenta.

Entonces apareció la chance de volver al país para jugar en Boca. “Es un gigante dormido que se tiene que despertar. Jugar en Boca es sinónimo de pelear el campeonato y ese es un desafío que asumí”, le dijo a Clarín luego de firmar su vínculo, a préstamo por 18 meses, el 29 de diciembre de 2014. Por entonces, el Xeneize, dirigido por Rodolfo Arruabarrena, llevaba más de dos años sin obtener un título.

Pablo Pérez junto a Carlos Tevez. (Foto: Marcelo Carroll)

En sus cuatro años en Boca, Pérez fue campeón doméstico cuatro veces: ganó el certamen de 2015, los de las temporadas 2016/17 y 2017/18, y la Copa Argentina 2015. Fue importante en el equipo de Arruabarrena, al punto que el club decidió comprar su pase en septiembre de 2015, en la primera opción que contemplaba la cesión pactada con Málaga (pagó un millón de dólares). Y resultó una pieza clave para Guillermo Barros Schelotto. En total, disputó 119 encuentros, marcó 14 goles y portó la cinta de capitán 17 veces.

Ese buen desempeño le valió, a los 32 años, su primera convocatoria al seleccionado: fue en octubre de 2017, cuando Jorge Sampaoli lo citó para los partidos ante Perú y Ecuador por las Eliminatorias para Rusia 2018. En esos duelos no sumó minutos. En cambio, lo hizo en marzo de 2018, cuando ingresó por Éver Banega en el segundo tiempo de lo que terminó siendo una paliza 6 a 1 ante España en Madrid. Fue su única experiencia con la casaca albiceleste.

A pesar de su desempeño, el recuerdo que de él guardan algunos hinchas xeneizes no es del todo grato. En esos años de alta exposición, el mediocampista se ganó la fama de tipo rudo y destemplado: fue amonestado 57 veces y expulsado otras cuatro. Tres de ellas, por doble amarilla; la cuarta (y la más recordada), en un Superclásico contra River en la Bombonera por una patada en el abdomen del colombiano Eder Álvarez Balanta cuando solo se habían jugado 11 minutos. En sus primeros dos ciclos en Newell’s, solo había visto la roja una vez en 135 encuentros.

No solo en los partidos quedó expuesta su verborragia. En mayo de 2017, el mediocampista fue echado de un entrenamiento por Gustavo Barros Schelotto (estaba a cargo del trabajo) luego de que le aplicara una dura patada a Tomás Fernández durante un ensayo de fútbol contra un selectivo de juveniles. “Fue una patada normal. Me pasó por viejo cascarrabias, porque el pibe la rompió y no lo pude parar nunca. Hubo más infracciones, como en cada práctica, y en todas nos pedimos disculpas. Pero en esa última estaba cansado, ahogado y pasó eso”, justificó.

Casi un año más tarde, en abril de 2018, volvió a quedar en el ojo de la tormenta. El rosarino había sido uno de los apuntados por los hinchas tras la derrota contra River en la final de la Supercopa Argentina. Tres semanas después de ese traspié, marcó sobre la hora el gol decisivo en un triunfo 2 a 1 sobre Talleres en la Bombonera y en su festejo, disparó contra la platea baja. “Putos, putos, la concha de su madre”, vociferó.

“Fue uno de mis peores partidos, Y veníamos de días en los que nos daban palos y palos. Por eso terminé explotando. Pero no se justifica lo que hice. Mi insulto fue vergonzoso”, reconoció. Y aclaró: “Estaba molesto con un hincha, no con todos. Ya me había insultado en el entretiempo y en el gol, después de semanas complicadas, exploté”.

Otro partido ante River marcaría el final de su historia en Boca: la inolvidable final de la Copa Libertadores 2018. Fue uno de los jugadores lastimados por el ataque al micro antes del encuentro frustrado en el Monumental (debió ser trasladado en ambulancia al Sanatorio Otamendi por una herida en el ojo izquierdo). Y cargó con buena parte del peso por la derrota en Madrid. Aquel fue su último partido en el club.

En enero de 2019, pasó a Independiente, que ya lo había buscado a mediados de 2016 (Barros Schelotto había pedido que se quedara). El entrenador del Rojo era Ariel Holan, con quien había protagonizado un contrapunto público el año anterior, luego de que el DT pusiera en duda que Boca, ya campeón, fuera a esforzarse al máximo en un partido ante Huracán, con el que el conjunto de Avellaneda disputaba un lugar en la Copa Sudamericana. “Quien fue futbolista sabe que siempre salimos a ganar. Quizás en el hockey no sienten eso. Esa gente tiene que callarse la boca”, le había espetado el jugador.

Pérez y Holan firmaron la paz. Pero el técnico no duró mucho en su cargo. Lo reemplazó Sebastián Beccacece, con quien el mediocampista tenía una buena relación. Eso no impidió que el pelilargo entrenador decidiera excluirlo del equipo dos semanas luego de una rabieta del rosarino en el vestuario del Libertadores de América durante el entretiempo de un partido con Lanús. Esa calentura lo llevó a increpar a varios compañeros y a romper una pizarra.

“Pablo es un loco muy lindo y a veces no controla sus impulsos. Tengo una relación extraordinaria con él; de cariño. Pero cometió un error y yo tengo que bajar una línea e indicarle los valores al plantel”, explicó el DT.

Pablo Pérez y Sebastián Beccacece compartieron cuatro meses en Independiente. (Foto: Juan Manuel Foglia)

Después de esos dos encuentros de castigo, Pérez volvió a jugar, aunque a su ciclo le quedaba poco tiempo. “Es obvio que me voy a retirar en Newell’s. Fue el club que me dio la oportunidad de crecer, de ser un futbolista profesional; me educó en muchísimos aspectos. Ojalá pueda regresar para devolverle un poquito de todo eso. En algún momento se va a dar”, se ilusionaba en octubre de 2019.

En febrero de 2020 quedó libre de Independiente, algo que no le sentó muy bien. “Con el entrenador anterior (Beccacece) había tenido un problema y se produjo un desgaste. Él estaba un poco dolido, pero entendió que el equipo había rendido mejor en el último partido, jugando de una forma que no venía jugando, y se dio cuenta de que no entraba en el esquema del nuevo director técnico (Lucas Pusineri)”, justificó el vicepresidente Pablo Moyano.

Esa salida, agria, fue el paso previo a su regreso a Newell’s después de seis años. “Hola, campeón. Te estábamos esperando”, decía el mensaje que el club publicó en sus cuentas en las redes sociales el 6 de febrero de 2020 para darle la bienvenida. Como el número ocho estaba siendo utilizado por Braian Rivero, eligió para su camiseta el 26, el mismo que había usado en su primer encuentro en Primera en 2006. Eso sí: antes del debut tuvo que cumplir una fecha de suspensión que debía por haber sido expulsado en su último partido en Independiente ante Boca.

En su casa otra vez, se sumó al grupo de referentes que entonces integraban el plantel leproso: Maxi Rodríguez, Nacho Scocco, Fernando Belluschi, Mauro Formica. Desde que ellos se fueron, quedó como el símbolo indiscutido. En estos meses ha lidiado con lesiones que no le permitieron jugar 90 minutos corridos y lo marginaron de varios partidos. Pese a estas dificultades, siguió mostrando pinceladas de su categoría. Como en un partido ante Godoy Cruz, en agosto pasado, en el que marcó un golazo de antología.

También exhibió su temperamento, como para que nadie olvidara quién es. En un clásico a puertas cerradas con Central en mayo del año pasado, pisoteó y le lanzó un pelotazo a un dron que estaba sobrevolando el campo de juego del Gigante de Arroyito con una bandera canalla. Luego de ese episodio, la empresa Carpincho Games desarrollo un juego online llamado Pobla Peres vs Drone Invaders, en el que el mediocampista de Newell’s debía destruir drones a pelotazos mientras trataba de esquivar tarjetas amarillas que caían desde el dispositivo.

Justamente después de otro clásico, el que Central ganó 1 a 0 con gol del juvenil Alejo Véliz en julio pasado, Pérez contó que había barajado la posibilidad de colgar los botines. “Si hubiera ganado, te juro que en diciembre me retiraba. Ahora que perdí, voy a seguir. Me sentí bien físicamente. Pensé que iba a llegar con lo justo y la verdad que me sentí muy bien”, contó luego de ese traspié.

Sin embargo, desde entonces padeció un esguince de rodilla y debió atravesar un momento dolorosísimo: la muerte de su padre el 22 de septiembre. Reapareció en la victoria 1 a 0 sobre Unión en Santa Fe. “Jugar me hizo bien para descargar un poco la angustia”, contó.

El retiro parecía cercano, otra vez. Pero finalmente tomó la decisión de estampar la firma en las últimas horas y se dará el gusto de jugar a nivel internacional, con la clasificación a la Copa Sudamericana.

Pablo Pérez firma su renovación hasta diciembre de 2023. Foto: Prensa Newell’s.
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