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¿Alguien cree que una pizza va a bajar 5 pesos por subir las retenciones?

Las retenciones se han convertido en una de esas clásicas tribulaciones de los argentinos que, por su recurrencia, dejan un amargo sabor de inmovilismo. Sobre todo, porque se repiten argumentos fallidos. Esta vez, en boca del propio presidente Alberto Fernández. Quien, encima, tuvo que recular, ante el riesgo de un enfrentamiento catastrófico con el campo y una grave crisis en el seno de su gabinete.

Veamos. Fernández repitió dos cosas. Primero, que las retenciones (mal nombre para lo que es lisa y llanamente un impuesto a las exportaciones) sirven para “desacoplar” los precios internos respecto de los internacionales. Segundo, que se justifican porque los precios han subido y entonces los productores se encuentran con “ganancias inesperadas”. Hagamos una pequeña disección de ambos argumentos.

Primero, la teoría del desacople es eso: una teoría. Es cierto que significan una quita de precio al producto básico, por ejemplo el trigo, que es la madre del borrego. Pero la realidad es que el trigo incide solamente en un 10% en el precio del pan, y mucho menos en los demás derivados de la harina. En el caso de una pizza hecha en casa, no llega al 5%.

El productor recibe 40 pesos por kilo de trigo, porque ya se le descuenta un 12% de derechos de exportación, que es la alícuota actual, que el gobierno pretende aumentar al doble. Convertido en harina, ya vale más del doble: en Mercado Libre la bolsa de 25 kg se consigue a 3.500 pesos, lo que da 140 el kilo. Adentro de eso ya hay un montón de impuestos, como el IVA, cheque, ingresos brutos, etc.

Profundicemos. Supongamos que para “desacoplar” pasamos las retenciones del 12 al 25%. Bueno, al productor se le descontarían 5 pesos más. En lugar de cobrar 40, cobraría 35. ¿Alguien cree que entonces la pizza va a bajar 5 pesos? ¿O el croissant que comí esta mañana, por el que pagué 200 pesos? Y la torta que le está haciendo mi mujer al padre, que hoy cumple años, ¿cuánto va a bajar gracias al bendito “desacople”?

La otra cuestión es la de la “ganancia inesperada”. Este es un argumento que blandió el ministro de Economía Martín Guzmán hace unas semanas, en coincidencia con lo que planteaba la titular del FMI Cristalina Georgieva.

Lo que le faltó reconocer al ministro es que, en el caso de la Argentina, la suba de precios de los commodities ya había generado una “ganancia inesperada”, precisamente por la existencia de los derechos de exportación. Este año la Aduana va a ingresar el doble que el año pasado. Y podría ser mucho más si el gobierno se hubiera callado la boca. Los productores, abocados a la campaña triguera, estaban dispuestos a sembrar, con los dientes apretados, sospechando de alguna trapisonda.

El propio presidente despejó todas las dudas: subyace la intención de pegar un mordiscón adicional sobre los ingresos del agro vía derechos de exportación. Lo que además enerva a los gobernadores de las provincias agrícolas, porque estos impuestos no son coparticipables y nunca les vuelven. Por eso reaccionaron el jefe de Gabinete Juan Manzur y el ministro de Agricultura Julián Domínguez. Pero el daño está hecho.

Dinamitar la confianza tiene costos. Difícil cuantificarlos. Era un año para cumplir con la responsabilidad de atender la crisis alimentaria que se cierne sobre el planeta. De paso, ayudaba a morigerar la crisis económica de un país enfermo. 30 millones de toneladas de trigo serían 10 mil millones de dólares de ingreso de divisas. Más de mil ya eran para el Estado. Pero amenazaron con ir por más. La bravata melló la posibilidad de una gran cosecha.

El silencio es salud.

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