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Economía electoral con un dólar incontrolable

Es el gran termómetro de la economía. Contra él no pudieron ni los cepos, ni las super tasas ni la estigmatización. Alguna vez un expresidente del Banco Central, antes de estrenar su cargo, hizo carrera llamándolo “dólar cocaína”.

Lejos quedó la época (una década) en que sí encontró su propia kryptonita: la estabilidad de precios que, incluso, llegó a convertirse en deflación cuando la recesión golpeó las puertas del esquema de la convertibilidad. Desde entonces, hay una ecuación que muestra una correlación inversa entre inestabilidad económica y cotización de la divisa norteamericana.

A dos velocidades. Desde que se reencauzó el equilibrio macroeconómico luego de la salida de la convertibilidad (2002), la economía encontró en el dólar no ya una señal de alerta sino un ancla para el resto de las variables. Sin embargo, para la elección presidencial de 2011 la expansión del gasto y la ola de contrarreformas pusieron nuevamente presión sobre el dólar. La inflación promedio mensual pasó de menos del 1% hasta 2007 al 2% para 2011 y 2,5% a partir de 2015. El salto se dio a partir de la gran devaluación de 2018 (el escalón fue, entonces, del 3,5%).

Precisamente, la evolución de la inflación también impacta en el tipo de cambio real. Una vieja treta para hacer bajar el dólar es que suba menos que los demás precios de la economía: el atraso cambiario. La épica Nac&Pop se apalancó en el “dólar competitivo” y alabó a las exportaciones como llave del desarrollo. Pero la realidad marca otra cosa. Sin distinción de margen en la grieta, los años impares vienen demostrando desde 2013 a la fecha que pisar el tipo de cambio genera un rédito en votos en el corto plazo. O al menos esa es la idea. Para Federico Vacalebre, profesor de la UCEMA, en dichos años, el primer semestre muestra un retraso significativo y el segundo una recuperación, especialmente cuando la elección ya está definida. “La fórmula es simple: jugar al atraso cambiario para un veranito y fomentar el consumo interno para lograr más votos. Así, ahora el dólar está super pisado por el cepo y las demás restricciones”, explica el economista.

El mayor problema del retraso, como viene ocurriendo este año, es el mismo que el de las tarifas públicas: cómo salir en forma ordenada. En el caso del dólar, el agravante es que la mayor traba para un reacomodamiento drástico es que realimentaría la inflación. Un laberinto que suele inhibir a los decisores de política económica a no hacer olas y esperar que el viento vuelva a soplar a su favor. Algo inusual, porque en eso, tampoco hay magia.

El freno. Hace un año, el dólar informal tocaba los $190, sólo 5% abajo que lo que alcanzó esta semana, pero en el medio con una inflación del 52%. El dólar, hasta ese punto, no había hecho más que reflejar el tsunami de pesos con el que el Gobierno tuvo que financiar la inactividad por la pandemia. Agotado el crédito internacional y con una economía que venía de dos años de recesión, la emisión monetaria fue el salvavidas, incluso, de muchas economías desarrolladas. Pero la vulnerabilidad extrema de la argentina, potenciada por años de desequilibrio acumulado, rompió el instrumental. Martín Guzmán podría atribuirse el éxito de haber domado a la moneda norteamericana utilizando para ello el mercado secundario de bonos y dos ayuditas extras: el boom de los commodities y el aporte de US$4.350 millones en DEG (derechos especiales de giro) que hizo el FMI para paliar los efectos de la pandemia. Pero también el haber cerrado la canilla del gasto para, en la práctica, ejecutar un plan de déficit primerio cero durante el primer semestre. Cuestión que, paradójicamente, le causó el señalamiento desde la coalición gobernante por la derrota electoral en las PASO.

Según estimaciones del IERAL, este año, los precios mayoristas (56% para enero-diciembre) terminarán subiendo casi 4% más que los minoristas (52% pero, a su vez, estos casi el doble que el tipo de cambio oficial (24%). O sea, con precios lanzados, el dólar se atrasó más de la mitad de toda la suba promedio. Fue una de las anclas elegidas para el operativo “año impar”. Contra ella conspira la brecha cambiaria que opera potenciada por las expectativas. Por un lado, los importadores, esperando que luego de diciembre se acelere la devaluación o se incrementen las restricciones, tratan de conseguir dólares “baratos” antes que se agoten, al menos a ese precio. También crecieron los costos de fletes y hay una inflación mundial en algunas materias primas que son insumos para la producción local, seriamente amenazadas de alterar su normal funcionamiento. Y por el lado de las exportaciones, las liquidaciones no tienen ningún apuro: el silobolsa es un reaseguro de mejores precios internos. Pero también hay precaución por elementos climáticos que conspiren contra una producción en niveles históricos.

La otra ancla, fueron las tarifas de los servicios públicos, que dejaron al ministro Guzmán en claro off-side cuando no consiguió alterar lo que proponía un secretario de otro ministerio al respecto. Por ejemplo, esta semana, la Asociación Argentina de Empresarios del Transporte Automotor (AAETA) dio a conocer el precio de cada boleto de colectivo si no estuviera subsidiado: $136 cuando están cobrando $13 en promedio (por el menor valor de algunos tramos o usuarios beneficiados). Una brecha cubierta ($93) a fuerza de subsidios por el Tesoro. Sólo una muestra de cómo el retraso de ciertos precios se traslada a un costo fiscal cada vez mayor y, en algunos casos, a la ruptura del equilibrio interno en el sector, sobre todo cuando depende de un flujo de inversiones continuo difícil de asegurar con incertidumbre económica, como el del gas y el petróleo.

Ante este escenario, el dólar se convierte en una vía de escape generalizada, aún sabiendo que está siendo objeto de controles con mucho más énfasis que antes. Hasta existe la añoranza de una dolarización o, algo más cercano, una reedición de algún tipo de convertibilidad. ¿Un espejismo?

Reservas confidenciales. El Banco Central publica con cierta demora, el valor de las reservas internacionales (US$ 43.000 millones al 24/10). Pero lo que expone son las reservas brutas: o sea, las que incluyen para su conformación pasivos de la entidad que no deberían contabilizarse si se entiende que dichas reservas deberían “respaldar” la cantidad de dinero en circulación. En el cálculo que realiza Camilo Tiscornia, director de C&T Asesores Económicos y profesor de Economía Monetaria (UCA), las reservas de libre disponibilidad llegarían a casi cero en una proyección a fin de año. Podrían contabilizarse la tenencia de oro o las resguardadas en organismos internacionales, pero en todo caso no alcanzarían para dos objetivos: poder controlar la cotización del tipo de cambio “financiero” como se fue dando hasta ahora sin imponer más restricciones y un eventual esquema de dolarización o convertibilidad.  En septiembre, por ejemplo, Tiscornia señala que el saldo de movimientos en las reservas por motivos comerciales fue negativo: US$953 millones y que luego de más cepos se convirtieron en + US$500 millones. A su juicio, es imposible romper el cerco cambiario sin continuar enchufado al respirador del variado menú del cepo.

Para Vacalebre, una paridad de convertibilidad sería inviable poque llevaría el dólar a una cotización difícil de soportar para la economía: arriba de los $400, tomando el cálculo que realizó otro economista, Jorge Ávila. Es que la cantidad de dinero en circulación ($3 billones de base monetaria al 20/10) se multiplica por los pases bancarios y las Leliqs, nacidas para absorber circulante pero que no encuentran un piso para poder desarmarse.

Así, la incertidumbre no se focaliza en el dólar, sino que su cotización terminará reflejando la capacidad de control que todavía le puede quedar al Gobierno más allá de las elecciones y la marcha de un rápido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional antes que reloj de los vencimientos empiece a funcionar. En este escenario, será difícil que no se siga mirando al billete norteamericano como una protección.

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