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Urtain, el levantador de piedras vasco que se convirtió en boxeador por deseo de Francisco Franco

Fuerza propia y necesidad ajena. Esa alquimia transformó a José Manuel Ibar Azpiazu cuando tenía 24 años y cinco meses. Un trabajador rural guipuzcoano que se había ganado un buen reconocimiento en territorio vasco como levantador de piedras se convirtió, en un parpadeo, en el más célebre púgil que España produjo en los años de oro de su boxeo y en los de estertor de la dictadura franquista. Aunque en su país casi nadie lo recuerda por los apellidos de sus padres, sino por una referencia geográfica: Urtain.

La pelota es el deporte vasco más conocido fronteras afuera. Sin embargo, no es la única disciplina parida en esa zona. Existen otras que nacieron a partir de la labor diaria del hombre en contacto con la naturaleza en la geografía agreste. Así, el herri kirolak, el tradicional deporte rural vasco, abarca actividades como la sega jokoa, que consiste en cortar la mayor cantidad de hierba posible con una guadaña en un tiempo determinado; la trontza (corte de troncos con una sierra) y el lasto altxatzea (levantamiento de fardos de heno).

Una de las especialidades más populares (y quizás la que mueve mayor cantidad de dinero en apuestas, otra de las características del herri kirolak) es el harrijasotzaile, que consiste en levantar una piedra y colocarla sobre uno de los hombros del competidor. El peso de las piedras varía entre 100 y 250 kilos y la forma puede ser esférica, cúbica, cilíndrica o prismática cuadrangular.

Si bien también practicaba otras disciplinas como el idi probak (arrastre de piedras con bueyes) y el aizkora (corte de troncos con un hacha), fue el harrijasotzaile el que le otorgó reconocimiento a Ibar Azpiazu, quien había nacido el 14 de mayo de 1943 en Ibañarrieta, en las afueras de la pequeña villa termal guipuzcoana de Cestona (cuyo nombre oficial en euskera es Zestoa). Allí había un modesto caserío llamado Urtain. De ese bloque edilicio surgió el apodo que terminaría suplantando a su nombre y lo acompañaría el resto de su vida, pese a que él siempre prefirió que lo llamaran José Manuel.

Urtain frente al caserío guipuzcoano que le dio su apodo.

El hábito deportivo en la familia había comenzado con José Ibar, un destacado harrijasotzaile que murió a los 49 años como consecuencia de una hemorragia interna que sufrió tras desafiar a un grupo de parroquianos del bar al que solía asistir a que saltaran sobre su abdomen desde la barra del local. El relevo lo tomaron dos de sus 10 hijos, José Manuel (que tenía 16 años cuando su padre falleció) y María Antonia, Antxoni, quienes comenzaron a participar en competencias de levantamiento de piedras.

Las proezas de Urtain en esta especialidad (llegó a levantar una pidra cúbica de 188 kilos) permitieron que su apodo se hiciera tan conocido en suelo vasco como el de otro famoso harrijasotzaile de entonces, José Antonio Lopetegui Aranguren, conocido como Aguerre II, padre del exarquero y exentrenador del seleccionado español Julen Lopetegui (actualmente dirige a Sevilla).

De todos modos, el levantamiento de piedras era una actividad de fin de semana para Urtain, que se ganaba el sustento como trabajador rural (tras haber laborado en un taller metalúrgico y como albañil) y estaba casado desde los 19 años con su novia de la adolescencia, Cecilia Urbieta, con quien tendría tres hijos (José Manuel, María Jesús y Francisco). Nada hacía pensar que el deporte pudiese ser su medio de vida.

Hasta que apareció Francisco Franco.

Urtain durante una competencia de harrijasotzaile.

Vicente Gil era el médico personal del dictador y, a la sazón, el presidente de la Federación Española de Boxeo. En un par de encuentros, Franco le había manifestado su sorpresa porque los años pasaban y España no era capaz de producir un boxeador que reprodujera las hazañas de Paulino Uzcudun, el más destacado púgil en la historia de ese país, que había brillado en las décadas de 1920 y 1930.

Según contó el periodista Alfredo Relaño en su libro Memorias en blanco y negro, Gil decodificó ese comentario como una orden y se puso en campaña para hallar al nuevo Uzcudun. El plan sonaba tan simple como extravagante: transformar a un levantador de piedras en boxeador. Por eso, la búsqueda se orientó al territorio de Euskal Herria y fue encomendada al entrenador guipuzcoano Miguel Almanzor.

Almanzor le llevó la propuesta de fama y billetes a Aguerre II, que regenteaba una sidrería en Asteasu, pero él priorizó la atención de su negocio y rechazó el convite. Entonces el entrenador, en octubre de 1967, trasladó la oferta a Urtain, que iba camino a los 25 años y, más allá de la portentosa musculatura que había desarrollado gracias al harrijasotzaile, jamás se había calzado un par de guantes. Y recibió un “sí” como respuesta.

Entonces el forzudo se mudó a San Sebastián, donde comenzó el operativo para hacer de él un boxeador. El empresario José Lizarazu, propietario del hotel Orly, instaló allí un gimnasio y contrató por siete meses al excampeón español pesado Benito Canal para que guanteara con el recién llegado bajo las órdenes de Miguel Almanzor.

Urtain junto a Miguel Almanzor, su primer entrenador.

Con nueve meses de preparación y sin experiencia como amateur, el Tigre de Cestona hizo su debut en el boxeo profesional el 24 de julio de 1968 en el estadio de fútbol de Ordizia durante las fiestas patronales del pueblo que por entonces se llamaba Villafranca de Oria: noqueó al ignoto Tony Rodri en solo 17 segundos.

A esa victoria le siguieron otras 26 frente a adversarios tan poco conocidos como escasamente capacitados, que indefectiblemente claudicaron antes del límite. De ellos, apenas dos superaron los tres asaltos de trabajo. El sistemático desmoronamiento de sus rivales hizo que arreciaran las dudas sobre posibles arreglos de las peleas. Esas sospechas lo acompañarían durante el resto de su carrera. “Desconozco lo que es un tongo. Los que tanto hablan deberían encargarse de darme alguna lección sobre el tema”, se quejaba en una entrevista publicada en el diario As en 1974.

En tiempos en que a España no le sobraban ídolos deportivos, en el carismático noqueador vasco encontró uno. Otros púgiles como Pedro Carrasco, José Legrá y Miguel Velázquez se destacaban, Perico Fernández y José Durán lo harían unos años después. Sin embargo, ninguno llenó estadios ni alcanzó los niveles de popularidad que consiguió Urtain.

Su cara aparecía en las portadas de los diarios y las tapas de las revistas. Su nombre se usó para vender productos de todo tipo y también para bautizar un plato compuesto por un churrasco montado sobre una base de papas fritas y acompañado por dos huevos fritos. Y el director Manolo Summers produjo el documental “Urtain, el rey de la selva… o así”, que se estrenó en 1969.

Urtain junto a Manolo Summers, director del documental “Urtain el rey de la selva… o así”.

Aupado sobre esa fama de pegador implacable (sin reparar demasiado en el nivel de oposición) y respaldado por el Gobierno español, el Morrosko, que por entonces ya se había radicado en Madrid (su esposa y sus tres hijos permanecieron en Ibañarrieta), consiguió una chance de enfrentar al alemán Peter Weiland por el título europeo de los pesados el 3 de abril de 1970.

Esa noche, 13.000 espectadores colmaron el Palacio de los Deportes de Madrid y otras 2.000 personas quedaron fuera. Entre los presentes en el coliseo estaban Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de las Cortes Españolas (el seudoparlamento franquista), y cinco ministros del Gabinete nacional: Vicente Mortes (Vivienda), José María López de Letona (Industria y Comercio), Torcuato Fernández Miranda (Movimiento), Enrique García Ramal (Sindicatos) y Tomás Garicano Goñi (Gobernación).

“Las piedras que él levantaba yo las uso para tirar a los pajaritos”, se había jactado Weiland, que tenía 30 años pero aparentaba 50. Y había pronosticado que liquidaría a su rival en cinco asaltos. Sin embargo, el teutón sucumbió en el séptimo round ante la potencia, la enjundia y la tenacidad del local, que a duras penas compensaban su rudimentaria técnica. “Si aprende a boxear, estamos ante Rocky Marciano. Si no aprende, estamos ante un hombre que será machacado en los rings importantes del mundo”, vaticinó el periodista Manuel Alcántara en el el diario vasco El Correo.

Dos semanas después de ganar el título, el campeón fue recibido por el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón en la residencia de la Zarzuela y por Franco en el Palacio de El Pardo. Si bien nunca se manifestó públicamente como un defensor del régimen dictatorial, se reconocía profundamente españolista, lo que generaba indignación en su tierra en importantes sectores vinculados al movimiento de liberación nacional vasco.

En agosto de ese año, su imagen ocupó la tapa de la revista The Ring. “¿Es Urtain el nuevo Superman del boxeo?”, se preguntaba la prestigiosa publicación. Unos días antes, la racha noqueadora del levantador de piedras se había cortado en 30: había derrotado por puntos (en un fallo con perfume localista) al alemán Juergen Blin en la primera defensa de la corona continental en la plaza de toros Monumental de Barcelona.

Urtain en la tapa de la revista The Ring.

El título, el invicto y el halo de imbatibilidad duraron solo unos meses más. El 10 de noviembre de 1970 en el Empire Pool de Londres (el recinto cubierto ubicado junto al estadio de Wembley) fue noqueado por el veterano inglés Henry Cooper, quien a los 36 años ya había sido campeón británico y europeo, había enfrentado dos veces a Muhammad Ali (una de ellas, por el título mundial) y lo había derribado.

Esa derrota no lo bajó de la palestra, aunque empezó a evidenciar algunas zonas grises que las victorias habían mantenido a cuidadoso resguardo: su poco apego al entrenamiento y su vida licenciosa. “Había que estar detrás de él para que no fumase y no bebiese”, revelaría años más tarde el entrenador Manolo Del Río, quien lo acompañó durante buena parte de su carrera.

“Cuando empecé, no me interesaba más que el dinero. Ahora también me interesa el dinero, pero ya no es lo único, también me interesa el boxeo. Siento la responsabilidad del profesional y trato de prepararme de la forma más concienzuda para las peleas”, aseguró Urtain dos meses después de perder con el sanjuanino Gregorio Goyo Peralta y en la víspera de su última gran victoria: el 17 de diciembre de 1971 recuperó el título europeo al noquear en solo dos episodios al inglés Jack Bodell en Madrid.

Después de eso, quiso probar suerte en el mercado norteamericano, pero una derrota contra José Román en San Juan de Puerto Rico, en su primera experiencia al otro lado del Atlántico, frustró ese intento. Para colmo, el 9 de junio de 1972 cedió el título europeo al caer ante Juergen Blin.

Esos 15 asaltos frente al alemán lo privaron también de enfrentar a Muhammad Ali, aunque más no fuera en una exhibición. El empresario Luis Bamala, uno de los principales promotores del boxeo español de entonces, logró llevar al campeón de Louisville a la península. La idea inicial era que midiera fuerzas con Urtain en Barcelona, pero el vasco estaba de vacaciones tras su derrota ante Blin y no quiso asumir ese compromiso sin preparación. Su lugar fue ocupado por Goyo Peralta. De todos modos, esa noche estuvo en la plaza de toros Monumental, subió al ring antes de las acciones y montó una pequeña escaramuza con Ali. Parte del show.

El Tigre de Cestona nunca vio interrumpido su magnetismo con el público español mientras se mantuvo activo, pese a que sus últimos cinco años como profesional ofrecieron más sombras que luces. Varias veces se especuló con un duelo ante George Foreman cuando el texano era campeón mundial, pero jamás sucedió. De a poco, el descuido, la falta de entrenamiento y el consumo problemático de alcohol lo fueron doblegando pese a que Marisa García, su segunda esposa, intentaba sostenerlo.

En sus nueve años de carrera profesional, Urtain realizó 71 combates, de los cuales ganó 56.

“Durante bastante tiempo he sido una de las personas de Madrid que peores ratos ha pasado, aunque por fuera la gente me viera siempre con admiración y envidia. Nadie sabe los ratos amargos que he pasado”, contó unos días antes de su último intento por conquistar el título europeo. Mal preparado y excedido de peso, soportó menos de cuatro asaltos ante Jean Pierre Coopman en Amberes el 12 de marzo de 1977. El árbitro italiano Domenico Carabellese se apiadó de él cuando la superioridad del belga era muy evidente.

Fue su última pelea. “Ya estoy viejo. El tiempo no pasa en balde y yo ya no puedo rendir lo mismo que antes. Pero no abandono el boxeo con pena, sino con gran alegría”, afirmó el 22 de julio de ese año, cuando anunció su retiro. Se despidió con un récord 56 victorias (41 por nocaut), 11 derrotas y 4 empates.

Meses más tarde, intentó otra transición como la que había realizado del harrijasotzaile al boxeo: probó suerte en la lucha libre, aunque rápidamente desistió. También amagó con un regreso al pugilismo en 1986, cuando tenía ya 43 años, pero jamás lo concretó. Encaró distintos emprendimientos comerciales que resultaron fallidos y, cuando su economía empezó a resquebrajarse, trabajó haciendo relaciones públicas en varios restaurantes y discotecas.

El 5 de julio de 1992, Marisa García, junto a los dos hijos que había tenido junto al exboxeador (Vanesa y Eduardo), abandonó el departamento que la pareja compartía en el barrio madrileño de Pilar. “Nunca me pegó, pero me maltrataba psicológicamente. Lo dejé porque le tenía miedo”, reveló García en “Urtain, leyenda y tragedia”, un documental producido en 2004 por Euskal Irrati Telebista, el ente público de medios audiovisuales vasco.

Unos días después, el excampeón recibió una orden de desalojo del inmueble por falta de pago del alquiler. A las 9.50 del martes 21 de julio de 1992, mientras España palpitaba el inicio de los Juegos Olímpicos de Barcelona (la ceremonia inaugural sería el sábado 25), Urtain saltó desde el balcón del departamento del 10° piso del edificio ubicado en el número 57 de la calle Fermín Caballero. El célebre levantador de piedras murió a los 49 años. Como su padre.

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