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El cepo que faltaba, un congelamiento electoral y de apuro

Explicación exprés y del tipo gato por liebre de Victoria Tolosa Paz, la candidata del kirchnerismo a diputada nacional por Buenos Aires: “La inflación no se aceleró, sino que viene heredada”. Otra vez el comodín de la herencia macrista, aunque Alberto Fernández y Cristina Kirchner lleven un año y diez meses en el gobierno y ya les toque hacerse cargo de lo que han hecho y de lo que no supieron hacer.

Muchísimo más rigurosa, la estadística del INDEC cuenta que en todo 2020 el índice de precios anotó un 36,1%, subiendo al 37% entre enero y septiembre de 2021 y acelerándose claramente hacia las cercanías del enorme 53,8% que Macri plantó en 2019. El acumulado de los Fernández dice 84% hasta ahora.

Tenemos pues inflación definitivamente K, desatada e intransferible, como también lo prueba el raid de los últimos doce meses.

Según cifras oficiales, durante ese período hubo un solo registro inferior al 3% y raspando: el 2,5% de agosto. En el resto del muestreo aparecen dos 4%, un 4,1% y el empinado 4,8% de marzo, o sea, descontrol en un espacio donde han convivido y conviven una decena larga de controles junto a resultados que evidentemente miran otro canal.

Dijo el flamante secretario de Comercio, Roberto Feletti, sobre el nuevo, furibundo aunque incierto intento de congelar todo a todo trance: “El principal objetivo es dar respuesta rápida al problema que hoy representa el precio de los alimentos para la mayoría de los hogares”.

Si tal cual parece se trata del mismo problema, usar la palabra hoy o hablar en presente implica no reconocer el aporte que su gobierno hizo a la historia de ensayos fallidos. Y si es por la celeridad de la respuesta, llamarle rápida con esos antecedentes suena a demasiado.

De entrada, hay acumulada una suba del 94% en el costo de alimentos y bebidas no alcohólicas desde que, bajo su actual versión, el kirchnerismo recuperó el poder; esto es, 10 puntos porcentuales por encima del índice de precios general. Y si achicamos el foco a los últimos doce meses, encontramos un 69,4% en la carne, 59,6% en el aceite y 59,2% para lácteos y leche.

Puro número y ninguno de los buenos, la lista de datos económicos y sociales del INDEC que pegan fuerte donde más duele es tan copiosa como se rastree. Por citar un par que citó Feletti: de septiembre 2020 a septiembre 2021 el costo de la canasta alimentaria básica, de subsistencia, aumentó 54,5% y 49,4% el de la que se emplea para calcular la pobreza.

Pasa luego que si una familia tipo de cuatro integrantes no reúne ingresos mensuales por $ 70.532 cae en zona de pobreza. Sólo para comparar, dos salarios mínimos vitales y móviles suman hoy $ 62.208.

Visto desde la capacidad de consumo, el cuadro muestra luego que al quinto inferior de la pirámide de ingresos, o sea, al 20% más pobre de la población, se le va el 34,5% de lo que gana en alimentos. Si agregamos el quintil siguiente, la cuenta señala que el 40% de abajo gasta el 62% en bienes recontra esenciales.

Tres datos de esto que también significa distribución desigual de los ingresos completan el panorama. Uno: en el quintil superior de la pirámide, el 20% más pudiente, la alimentación se lleva apenas un 15,7%. Dos: le queda un resto o un restazo del 80,3% para gastos libres. Y tres: sus recursos o los recursos que se declaran allí ante los encuestadores del INDEC superan entre 10 y 14 veces a los que se perciben en escalón inferior de la pirámide.

Desde esta mezcla de datos del mismo color -oscuro- empieza a asomar una explicación bastante obvia para la violenta movida del Gobierno. Si se prefiere, para el último o penúltimo de los cepos que, llegado el caso, será difícil sacar sin pagar costos probablemente elevados.

Aun cuando haya sido construido de apuro y aplicado de prepo, resulte precario y en varios puntos sostenido en cifras erróneas, luce evidente que el congelamiento es, sobre todo, un manotazo que va derecho a los alimentos. Puesto de otra manera: así existan miles y miles de precios en la estadística oficial, la lupa y el barullo político estarán colocados en esa rama de los sensibles y populares.

No hace falta agregar que se trata, también, de un intento tardío para frenar un proceso que se evalúa en cantidades de votos perdidos, ni añadir algo que salta a la vista: los efectos especiales a cargo de militantes, inspectores municipales y nacionales y organizaciones sociales amigas que acompañarán la gesta. Un operativo similar a otro frustrado que Paula Español, antecesora de Feletti y discípula de Axel Kicillof, desplegó aparatosamente en el otoño del 2020.

Y si la medida del saque pasa por los resultados, vale considerar varios detalles tomados de la metodología del INDEC.

Uno es que el peso de los supermercados e hipermercados en el índice es muy limitado comparado con el que surge de sumar los llamados comercios especializados, como carnicerías, verdulerías y panaderías, y los autoservicios y súper chicos y chinos de menos de cuatro cajas. El resultado da 25% contra 54% y pide mucho trabajo a las fuerzas oficiales, si se pretende un buen trabajo.

Otro tanto ocurre con el volumen de precios implicado en el relevamiento. El INDEC toma unos 320.000 al mes en comercios de la Capital Federal, el GBA y 36 aglomerados urbanos de todo el país. Lo que sigue también manda trabajo y trabajo digamos fatigoso: pasado el shock de la pandemia y a tono con el lenguaje instalado por el Covid, ahora el 60% de los contactos son presenciales y ceden rápidamente los no presenciales.

Parece de cajón agregar que la información que salga de los operativos será útil siempre que resulte independiente y confiable, aunque por las dudas desde el INDEC ya han salido a aclarar que ellos seguirán con sus tareas habituales. Esto es, que no se guiarán por los precios máximos que fije el Gobierno sino por lo que digan las góndolas de los comercios que relevan. Nada parecido a lo que hacía Guillermo Moreno en sus tiempos de interventor y dibujante estrella del organismo.

Cuando recién designado la preguntaron a Feletti por la conexión que acá y en todo el mundo existe entre el proceso inflacionario, las tarifas, la emisión y el dólar, su respuesta fue: “Hoy soy el secretario de Comercio, y sólo de eso me ocupo”. También podría decirse que, en realidad, de eso se ocupa porque en el cristinismo duro necesitaban un duro que meta presión donde sea necesario presionar.

Hay, en cualquier caso, una inflación desbordante que navega cómodamente en la zona del 50% anual o por arriba del 50% anual. Por ejemplo, el 73% de los materiales para construcción, el 59% de los precios mayoristas y el 78% de los O km; el 73% de las bebidas alcohólicas o el 67% de la ropa de vestir.

También existen en la misma versión anual precios pisados, como el 29% que acumula el dólar oficial y el 11% del gas y la electricidad que no pueden seguir pisados eternamente. De la misma especie, una insostenible brecha cambiaria del 100%.

Parece claro a esta altura de la película oficial que de semejante atolladero no se sale con más de lo mismo y menos con mucho más de lo mismo. Lo que se consigue con esa receta es agregar obstáculos sobre obstáculos.

Por lo que se ve en la realidad, tampoco se está beneficiando a los sectores de bajos recursos que se dice beneficiar. Y si la explicación es que con otro gobierno estarían peor, no estamos ante una buena explicación. Ni siquiera estamos ante una explicación.

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