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Alberdi, entre Libertad y Discordia

No cabe la más mínima duda de que el liberalismo está disuelto en el ADN de lo que llamamos Occidente. Tiene que ver, por supuesto, con un modo de producción de riquezas, pero el economicismo extremo ha sido uno de sus más habituales extravíos, que tantas veces vinieron a desvirtuar la otra cara de su esencia, es decir, la democracia, porque la utopía liberal habla de sociedades pujantes y, por eso mismo, civilizadamente organizadas.

Hoy, el liberalismo está rediscutiéndose a nivel global. Ya venía acumulando niveles de pobreza intolerables y la pandemia empeoró las cosas, a fuerza de miedo y libertades restringidas. Uno de sus fenómenos emergentes más difundidos es lo que podríamos llamar “libertarismo”, que tiene una base ultra liberal en lo económico, pero se ha vuelto popular más que nada por su discurso rebelde. Y me limito a decir “discurso” porque la moda libertaria no llega a ser filosofía.

En nuestro país, la introducción de las ideas liberales se sintetiza en un nombre, Juan Bautista Alberdi, que fue político, pensador, economista, escritor en varios géneros –incluso teatro- y hasta músico, pero nunca presidente. Fue devoto de Adam Smith y a tal punto anti rosista que, exiliado en Montevideo, impulsó hace 180 años exactos la salida de un periódico titulado “Muera Rosas”, cuyas pocas ediciones circularon de modo clandestino en Buenos Aires. Sin embargo, y pese a sus propias pasiones recalentadas en el destierro, Alberdi no pasó a la historia como un fanático. Es que su verdadera obsesión no consistía en derrocar a nadie en sí, sino en organizar un país moderno acorde a lo que le daba su manera de pensar.

Miren la diferenciación que hizo Alberdi entre país y partido, siendo capaz de hablar con objetividad del propio Juan Manuel de Rosas y hasta elogiarlo (el texto es de 1845):

“En el suelo extranjero en que resido, beso con amor los colores argentinos y me siento vano al verlos más ufanos y dignos que nunca. Guarden sus lágrimas los generosos llorones de nuestras desgracias: aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo con colores argentinos. No me ciega tanto el amor de partido para no conocer lo que es Rosas bajo ciertos aspectos. Sé, por ejemplo, que Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires; sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo, pero no más conocido que el de Rosas; sería necesario no ser argentino para desconocer la verdad de estos hechos y no envanecerse de ellos”.

Ya estaba viviendo en Valparaíso, Chile, donde hace 170 años exactos empezaba a trazar los apuntes de su obra “Bases”, inspirada en “El espíritu de las leyes” de Montesquieu y que constituyó la autoría intelectual de la Constitución Argentina de 1853, tras la derrota de Rosas en Caseros y el Acuerdo de San Nicolás que entronizó a Justo José de Urquiza.

Estaba en Londres una década después, cuando la justicia porteña condenó a muerte a Rosas en ausencia y él le escribió al propio presidente Urquiza:

“En cuanto al general Rosas, me ha parecido que he debido tratarlo hoy con doble miramiento por lo mismo que ha sido objeto de una condenación local, que no hace honor a la nación argentina. Él fue ya juzgado y castigado el 3 de febrero de 1852. Cuando dos partidos salen al campo con espada en mano, se entiende que se someten al juicio de Dios de los pueblos, que son las batallas. El que cae vencido es el condenado. Su derrota es su sentencia. Pero que el pueblo mismo, que lo ha sostenido veinte años y defendido seis horas en campo de batalla sea el que lo condene a muerte y elija para condenarlo el tiempo en que su conducta de vencido leal y sumiso es irreprochable, me ha parecido cosa tan ridícula que la nación no debía aceptar bajo su responsabilidad”.

Como para dejar claro que lo suyo nada tenía que ver con la eternización de los odios y mucho menos con algún espíritu de venganza, llegó a visitar a Rosas en Londres y a ofrecerle sus servicios de abogado. El exiliado ex enemigo, que por su parte ya había ponderado en público sus dotes de intelectual y jurista, le agradeció la oferta pero la rechazó para que Alberdi no tuviera problemas con la nueva élite porteña, que sí lo odiaba. Le ofreció, incluso, Alberdi, ser su biógrafo. Y escribió poco después:

“El general Rosas, confinado en Southampton, no comprende cómo habiendo servido tantos años y con tanto aplauso de la América, es perseguido como un malvado por el gobierno de su país. La cosa es clara. Son los intereses y las personas que él contrarió o atacó las que lo persiguen, no su país. Como esas personas están a la cabeza del país, toman su nombre para vengarse, como en otro tiempo lo tomaban para quejarse y defenderse. El país es atacado, decían ellos, cuando eran ellos los atacados. Hoy dicen que el país se venga y castiga, cuando son ellos los que castigan y se vengan”.

Hay distintas versiones oficialistas y opositoras del intento de diálogo que se viene después de las elecciones de este 14 de noviembre. Cuando el presente pinta oscuro, siempre viene bien echarles un ojo a los buenos ejemplos que también archivó nuestra pendenciera historia nacional.

por Edi Zunino

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