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Gatofobia (trastornos, obsesiones y vicios de Aníbal Fernández)

Uno de los secretos de las artes escénicas y audiovisuales es su permanente renovación técnica, estética y, dentro de lo posible, también actoral. Esto último suele ser lo más difícil de lograr, porque la tecnología y las modas se suceden mucho más rápido que las generaciones humanas y la formación de nuevas camadas de personal. Las remakes son consideradas un género en sí mismas que, para que no se note tanto la copia, siempre merecen retoques de guion, explosión de recursos y, sobre todo, nuevos protagonistas. Bueno: la política funciona como un arte audiovisual. Se la guiona, se la escenifica y se la actúa y cuesta mucha plata. Es una industria. Su gran problema suele ser el agotamiento de elencos. Si, por ejemplo, la idea era que Aníbal Fernández haga el papel del Carlos Vladimiro Corach de los 90, quiere decir que el Gobierno tiene un problema gravísimo de autores: salvando todas las distancias, desde luego, esta Argentina se parece socialmente más a la de 2001 que a la del 1996. Y si se prendía que Aníbal haga de Aníbal, diría, exagerando, que a nadie se le ocurriría contratar a Mirtha Legrand para que haga la remake de “Los martes orquídeas”. El problema estaría en la producción general.

Lo cierto es que Aníbal Fernández está de vuelta. Solo que, a tres semanas de su regreso, no aparece en la vereda o la ventanilla del auto o la sala de conferencias de prensa explicando lo inexplicable de la realidad gubernamental, sino sus propios despropósitos. Era previsible que la arena mediática lo estuviera esperando como al villano clásico que a él le gusta representar, pero no que metiera la pata hasta el cuadril tan pronto. ¿O no venía para reparar el asunto del cumple de Fabiola y las fallas de comunicación?

Los medios y la política, sobre todo en campaña, son muy amigos del adjetivo fácil en base a la más mínima apariencia. Entonces, así como fue “mafioso”, ahora Fernández es “nazi”. Perdón, pero me voy a permitir otra vía de análisis: Aníbal Fernández es un típico producto de la tele-política Made in Argentina que siempre busca superarse a sí mismo. Lo ubicaría entre la inteligencia de una Lilita Carrió y el énfasis de un Fernando Iglesias, por más que esté en las antípodas partidarias.

Que un ministro de Seguridad llamado a ser bombero genere un incendio por discutir vía Twitter con un humorista gráfico hasta perder la chaveta y el más mínimo decoro -incluso a los ojos de sus compañeros de gabinete o los candidatos propios a los que puso en aprietos- puede ser más un síntoma que un diagnóstico per se.

El suyo podría ser un caso evidente de tecnofilia, que es la adicción a los soportes tecnológicos. Se trata de un mal de época. Consiste en confundir la propia existencia con el uso del telefonito o la compu, y con la presencia visible en las redes sociales. La compulsión por estar presente todo el tiempo en un ámbito caracterizado por la descalificación lleva a construir mensajes llenos de agresividad y primitivismo emocional fuera de control. Su inherente contracara es la nomofobia: digamos que vendría a ser el pánico a vivir sin el smartphone a mano.

De todos modos, para Aníbal Fernández, que por edad es más un baby boomer que un millennial, el celular es apenas el arma que le suministra este tiempo. La bala es la palabra. Alguna vez lo hemos catalogado de “sofista”, en relación a la antigua escuela griega de discutidores apasionados, a los cuales Platón consideraba más charlatanes que filósofos, portadores de una sabiduría aparente. Sensación de sabiduría, digamos, que hacía de “la polis el espacio del enfrentamiento y no de la concordia”. Platón comparaba a los sofistas con los atletas o los luchadores, porque al hacer gala de su habilidad retórica la convertían en fuerza para derrotar al adversario. Los consideraba peligrosos para la democracia. A otro ateniense llamado Demóstenes le debemos el sentido de la “filípica”, como se llama a la palabrería en modo de reto, de cuestionamiento, de sermón represivo. Resulta que Demóstenes estaba obsesionado con el conquistador Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, y le dedicó famosos discursos caracterizados por el énfasis crítico.

Antes de que me excomulguen por poner al gatofóbico Aníbal Fernández a la altura de los filósofos griegos, sólo dos cosas: 1) no creo que aquellos fueran pibes divinos fáciles de llevar y 2) lo nuevo serán Twitter y las formas, pero el fondo sigue siendo el eterno deporte de la discordia por la discordia misma.        

por Edi Zunino

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